Por Juan Ignacio Eyzaguirre. Muchos países reconocen la familia cuando definen los impuestos. Por ejemplo, en Francia se agregan los ingresos por grupo familiar y se dividen por el número de miembros para definir la tasa que se aplicará a la base tributaria de cada individuo.
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Una de las certezas de la campaña presidencial es la urgente necesidad de modificar la deslegitimada Reforma Tributaria. Si bien ya se han dejado caer algunas tímidas ideas, hay que aprovechar la oportunidad para integrar la familia como institución al sistema tributario.
Cambiar los impuestos no es simple. Siempre hay detractores que oponen resistencia. Por ello, Bachelet no perdió tiempo. Recién elegida mandató a Alberto Arenas con una profunda reforma tributaria. Promulgada en tiempo récord, innumerables expertos intentaron descifrar el genio tras las complejidades del nuevo sistema. Pero de genio tenía poco.
La vergonzosa propuesta de Arenas develó rápidamente sus problemas. La desprolijidad y atolondramiento fueron ingredientes perfectos para el desastre. Rodrigo Valdés hizo lo que pudo avanzando por la delgada línea entre evitar más bochornos a la Presidenta y mejorar lo que había.
El próximo Presidente tendrá otra oportunidad de mejorar el sistema tributario, si el Congreso es responsable y no hace caso omiso a la urgencia, más aun en un mundo en que las principales economías están reduciendo sus tributos.
Sebastián Piñera, favorito en las encuestas, ha entregado algunos detalles de sus ideas: volver a un sistema integrado, bajar la tasa a las empresas a 24% y quizás subir la tasa máxima a las personas. Sus propuestas van en la dirección correcta, sin embargo, todavía son tímidas frente a la oportunidad que se le presenta.
Con la Democracia Cristiana corriendo con colores propios y la Nueva Mayoría quebrada, podría haber terreno fértil para consensuar propuestas más envalentonadas, mientras su diseño sea sobre buenas ideas y su implementación sea prolija. Chile no aguanta otro Arenazo.
Sería interesante revaluar la perspectiva del impuesto a las personas. Chile tiene un sistema profundamente individualista que hace caso omiso de la realidad familiar de cada contribuyente. El global complementario desconoce la familia, a pesar de que nuestra Constitución la reconoce como la base de nuestra sociedad.
Esto lleva a situaciones con aires de injusticia. Por ejemplo, que un chileno criando tres hijos y cuidando a su madre enferma pague el mismo impuesto que su vecino soltero. Ambos reciben el mismo salario, pero tienen gastos sociales muy diferentes.
Muchos países reconocen la familia cuando definen los impuestos. Por ejemplo, en Francia se agregan los ingresos por grupo familiar y se dividen por el número de miembros para definir la tasa que se aplicará a la base tributaria de cada individuo.
Así no sólo crean incentivos para mantener familias unidas, sino también se les reconoce su rol en la política social. Al fin y al cabo, la mejor pensión es el cuidado de los hijos y la mejor educación es el cariño de los padres. El Estado, a través de sus políticas públicas, debe reconocer el rol fundamental de la familia. Una buena manera de comenzar es en su sistema tributario.
Implementarlo no es complejo. No se necesita al burocrático Registro Social de Hogares, pues mentir al Servicio de Impuesto Internos es difícil. No sólo por sus multas, también por la cantidad de información que maneja. Especialmente si todos deben declarar su grupo familiar cada año. Cada RUT cuenta sólo una vez. Se necesitaría mucha coordinación para engañar a un sistema tan bien informado.
Por lo demás, los antecedentes declarados al SII podrían ser utilizados para la asignación de otras políticas sociales que hoy dependen de mediciones menos precisas, como la Ficha de Protección Social o la simple declaración de ingreso familiar de becas y créditos universitarios.
*El autor es ingeniero civil PUC y MBA-MPA Harvard (@jieyzaguirre).